Los Cóbanos es una de las 16 áreas naturales protegidas de El Salvador que, pese a los programas sostenidos de conservación no ha podido solventar problemas estructurales como falta de fondos para su gestión, desidia de la población y una reacción severa ante amenazas como el cambio climático a especies en vías de extinción y los intereses económicos privados.
Emmanuel es mesero en un hotel de Los Cóbanos, área costera del municipio de Acajutla, departamento de Sonsonate, en El Salvador. Mientras atiende las múltiples solicitudes de clientes no tiene problema en contestar preguntas de la zona: se sabe de memoria dónde comienza el área natural protegida, cómo se formó, quiénes han ayudado a conservarla. “Yo era guía antes”, confiesa.
La zona es famosa en El Salvador por ser uno de los santuarios de coral marino y una playa con encanto propio: su estampa es rocosa, de negro profundo y de relativo fácil acceso desde la capital salvadoreña, unos 90 kilómetros. No muy lejos de ahí, en Guatemala -también en El Salvador, hay que decirlo -, la resonancia es otra: está a la par de una playa de nombre “Salinitas”, donde está ubicado el hotel all included Royal Decameron, propiedad del colombiano Grupo Santo Domingo, uno de los más poderosos de Latinoamérica en cuanto a finanzas y presencia global.
“Son 180 metros de manto rocoso hasta llegar a los arrecifes”, dice Emmanuel, cargando bebidas y platos de comida. El mesero, que antes fue guardarrecursos, buzo y capacitador del área natural protegida de Los Cóbanos, única zona salvadoreña que resguarda corales. Y como si de un relato de Salgari se tratara, dice que el punto exacto donde subsiste el coral es “donde está el barco hundido, dicen que se llamaba el Holandés”.
No solo el coral le da singularidad a la zona. Es uno de los lugares donde anida la cada vez más escasa tortuga Carey. ¿La razón? Esta especie se alimenta, precisamente, en el arrecife coralina: los peces y plantas que de ahí dependen le sirven para subsistencia. Así lo explica Karen Cáceres, quien fue guardarrecursos por cerca de 10 años y que ahora es guía turística.
Un domingo de mayo de 2018 la playa estaba atestada de basura. A lo largo de la orilla, multiplicidad de bares y turistas aprovechaban el último rastro de la puesta de sol. “El área natural empieza desde que se entra al pueblo”, dice Emmanuel. Los Cóbanos cuenta con una declaratoria como área natural protegida desde hace 11 años, es decir, desde 2007.
Pese a ello -y los más de $200,000 invertidos desde entonces- poco ha cambiado. Cáceres dice que es “algo cultural”.
Según la exguardarrecursos se han efectuado campañas masivas de información y concientización en la zona, pero han tenido poco calado. Cáceres trabajó todos estos años con la Fundación para la Protección del Arrecife de Los Cóbanos, mejor conocida como Fundarrecife. La organización no gubernamental ha sido la comanejadora y encargada de gestión del área natural protegida.
Cáceres lamenta que pese a la vocación turística de la zona, los residentes no han sabido gestionar de manera sostenible sus negocios. Más de 800 jornadas de charlas y avances como lograr que el camión recolector de desechos de la alcaldía de Acajutla pase dos veces a la semana, no han sido suficientes. “La gente no le ve el beneficio a nada”, dice.
Según la guía, prácticas tales como caza de tortugas, contrabando de huevos de tortugas, pesca indiscriminada, y poca preocupación en la disposición de desechos sólidos, siguen siendo lo común en el área natural protegida. Como paradoja hay familias completas que subsisten del turismo y la pesca. El área natural abarca un total de 21,000 hectáreas, según datos oficiales. Es una de las más grandes de El Salvador, aunque su mayor porción es marina (20 mil hectáreas).
A la orilla de la playa; cuya arena es única en la zona costera de El Salvador, ya que tiene una composición rica en trozos de conchas, corales muertos y roca; permanecen atadas numerosas lanchas que son utilizadas tanto para la pesca, como para el traslado de turistas a la zona de la barrera coralina.
La longitud de donde terminan las olas es proporcional a la cantidad de restaurantes, bares y ranchos privados. Desde los primeros, la caída de vasos y platos de poliestireno a la arena es constante. También vidrios rotos de botellas menudean. Cáceres asegura que “el turista local no cuida. Hay diferencia con el turista extranjero: son ellos los que limpian la playa”.
A la par del local de Fundarrecife está un predio baldío. Según Cáceres, ese predio constituía hasta poco más de 5 años el botadero de basura, a cielo abierto, de toda la comunidad. Entre los programas de la organización estuvo cerrarlo y conseguir que el camión recolector pasara dos veces por semana, programas de gestión sostenible de corrales de tortuga, entre otros.
Desde este año, según Cáceres, la organización ambientalista ha empezado a entregar la gestión del área natural protegida al Ministerio del Ambiente y Recursos Naturales (MARN), de El Salvador. Aún no es claro si la institución continuará con proyectos tales como el de compensación a los “tortugueros”: pescadores y residentes de la zona que desde años atrás han subsistido de la venta de huevos de tortuga. El surgimiento de leyes de protección de la fauna, sistemas de áreas naturales protegidas y estudios ambientales especializados motivó que fueran carnetizados y que pudieran seguir ejerciendo su labor de forma legal, al incluirlos en programas de “compensación”, es decir, compra controlada de los huevos de tortuga para constituir corrales.
Aunque las nuevas leyes impusieron multas por dedicarse a la venta de huevos de tortuga no controlada, “algunos todavía venden. Se van lejos de acá, al mercado, y ahí se los pagan mejor”.
El programa de compensación establece un pago de $2.50 USD por cada docena de huevos de tortuga, garantizando así el nacimiento de las crías. El programa ha sido financiado en parte con fondos de la Iniciativa Carey del Pacífico Oriental (ICAPO), según Cáceres. Otros programas de Fundarrecife han tenido fondos de cooperación estadounidense, como USAID.
Cáceres asegura que durante una década han logrado la liberación de cerca de un millón de tortugas, en su mayoría de tortuga negra. Desde 2012, la ICAPO identificaba las costas salvadoreñas como uno de los últimos refugios de la Carey. La exguardarrecursos comenta que en los últimos años han logrado sacar adelante alrededor de 500 nidos de tortuga Carey. La misma cantidad de especímenes vivos de Carey que la ICAPO identificaba en 2012, en todo el mundo.
Pero la Carey no sólo se enfrenta a la depredación humana como amenaza. Los arrecifes de coral del sector, necesarios para la alimentación de la Carey, están sufriendo los efectos del cambio climático, informaron medios salvadoreños desde dos años atrás.
Cáceres comenta que actualmente los corales se han recuperado bastante bien, “pero hubo toda una porción que se perdió (murió)”, dice.
En 2009, el MARN publicó su listado oficial de especies amenazadas y en peligro de extinción. En el informe constan 13 especies de coral. Para 2015 la actualización del registro reseñaba tres especies más y, lo más grave, seis especies que en 2009 estaban calificadas como “amenazadas” pasaron a estar “en peligro” de extinción.
Turismo y presión urbana
El turismo descontrolado y la presión urbana también están haciendo mella en Los Cóbanos. En 2007 un amparo judicial fue emitido por la máxima autoridad constitucional de El Salvador: la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia (CSJ), para proteger el área natural recién nominada como tal en ese momento.
La demanda partió del Instituto de Ciencias del Mar y Limnología (ICMARES), de la Universidad de El Salvador (UES), único centro de estudios superiores de carácter público y nacional en El Salvador. El demandado fue, aunque pueda parecer un mal chiste, el ministro de Medio Ambiente y Recursos Naturales de ese momento, Hugo Barrera, quien dio el permiso de construcción de un muelle y embarcadero privado en la zona, que implicó el dragado del manto marino y destrucción de una parte del arrecife.
La construcción formaba parte de una exclusiva zona residencial de nombre “Las Veraneras”, que tiene su propio campo de golf y cuya entrada está fuertemente custodiada por un pesado portón y guardias armados. Y aunque el amparo implicó la cancelación del permiso de construcción, y el resarcimiento ambiental, que se concretó con la inmersión de un arrecife artificial; nada se dijo entonces -ni ahora- de los efectos de la mega construcción del hotel Royal Decameron Salinitas.
Cáceres asegura que la administración del hotel alteró un rompeolas natural, al aumentar a tres metros su altura con un paredón, y eso cambió las corrientes marinas. El resultado, asegura, es que las propiedades y playas aledañas ahora se inundan, alterando uno de los principales sectores de desove de la tortuga Carey. Otra fuente, quien no quiso identificarse y es residente en la zona, corroboró esta información.
Emmanuel, el mesero, dice por su parte que la comunidad se vio fuertemente golpeada al inicio de operaciones del hotel: el turismo local casi se extinguió.
Otro tipo de malas prácticas ya habían sido reseñadas en algunas noticias esporádicas y hasta han sido objeto de estudio académico.
Sin embargo, no hay ni un atisbo de cambio en el manejo de la zona. Al menos no ahora, que apenas inicia la gestión al cien por ciento del Ministerio del Ambiente, apoyándose en la organización Fundarrecife como soporte técnico, más que como responsable de ese mínimo espacio costero donde se ha tratado que valgan y calen gigantes esfuerzos.
Fotos: Suchit Chávez