La Lucha de Los Pobres: cuando la agroecología transforma una comunidad

En la década de los años 80, en unas 200 hectáreas se levantó La Lucha de Los Pobres, uno de los barrios más grandes de Quito, la capital de Ecuador. En los últimos cuatro años, ahí se ejecuta un proyecto de la academia nacional con fondos canadienses para fortalecer el sistema alternativo de alimentación que heredó la comunidad de sus antepasados, ahora cooptada por una suerte de monopolio de la industria de alimentos procesados.

Cuando se le pregunta a Guadalupe Coascota a qué se dedica, la primera actividad que enlista con su particular forma de contestar, entre risas, es la agricultura, luego cita al baile. A sus 64 años se siente con mucha energía. Ella irradia felicidad. Su entusiasmo emerge de la tierra, como el brote verde de las semillas de maíz, fréjol y habas que coloca en el huerto que tiene a cargo desde hace más de un año.

“Cambió mucho mi vida, ahora soy más organizada, porque las plantas no esperan. Hay que cuidarlas. Si le diera el cronograma que llevo, usted se asusta. Me encanta. A mi huerto lo estoy poniendo más bonito”, comenta Guadalupe, quien desde ese tiempo incluye a sus plantas en las oraciones, para que haya buen tiempo y no caigan las granizadas.

Más que una responsabilidad, el cuidado del huerto le ha cambiado para bien la perspectiva de vida a la sexagenaria, al igual que a decenas de vecinos del barrio La Lucha de Los Pobres, pese a que este lugar de Quito arrastre necesidades desde hace décadas y que contrasta con la opulencia de otras zonas de la misma ciudad.

El barrio se originó como una invasión en los años 80, en su mayoría, de foráneos de la capital ecuatoriana. Una de esas ciudades que presentan significativas desigualdades en su población, como lo reseña la organización de la sociedad civil Quito Cómo Vamos, ente que detalla en un informe de 2022 que el 56,1 % de la población (2,8 millones de habitantes al 2021) es vulnerable por su nivel de ingreso o que el 19 % se encuentra en situación de pobreza, es decir tiene menos de $ 2,8 al día.

Eso condiciona el desarrollo en varios ámbitos de la vida para esos sectores de la sociedad, como la alimentación y, por ende, la salud, que se siente con mayor fuerza en momentos de crisis sociales o climáticas. Así lo cuentan especialistas.

ALIMENTOS DE CALIDAD

“En Quito hay zonas donde hay excedentes, donde hay muchísimo alimento y donde la gente está bien de salud. Y también hay zonas donde hay lo que nosotros le llamamos desiertos alimentarios, es decir, hay tiendas de barrio o lugares donde comprar comida, pero casi toda la comida que hay en esas zonas no es fresca ni saludable porque es procesada o ultra procesada, con cargas de azúcar, sal y grasas saturadas”, refiere Myriam Paredes, doctora en Sociología Rural, de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO).

Ella es parte del equipo que impulsa el proyecto Fortalecimiento de la resiliencia de los sistemas alimentarios alternativos (SAA), mediante iniciativas locales en entornos informales de América Latina y el Caribe.

Es un proyecto que tiene capítulos en varios países, como Cuba, Colombia y Chile, liderado por un grupo de universidades de la región y de la Universidad de Montreal, con fondos del Centro Internacional de Investigaciones para el Desarrollo (IDRC, por sus siglas en inglés) de Canadá, para entender, entre otras cosas, las formas de aprovisionamiento y el tipo de alimentación de comunidades en zonas deprimidas.

“No se refiere solo a tener comida y calmar el hambre, sino tener alimentos de calidad que realmente a la gente no le enfermen y le permitan a la gente estar saludable”, añade Paredes. En pocas palabras, en el corto plazo se sacia el hambre, pero a largo plazo se están desarrollando condiciones poco saludables, como la obesidad y el sobrepeso que abren el camino a enfermedades como el cáncer, la diabetes, la hipertensión, advierte la especialista.

La difícil situación económica, el desconocimiento de alternativas, la falta de apoyo para fortalecer prácticas ancestrales alimentarias y el avance de la industria de alimentos procesados con campañas publicitarias permanentes han incidido en que el modelo tradicional de consumo se imponga en la mayoría de las comunidades, concluye la experta.

Su compañera, Sara Latorre, doctora en Ciencias Ambientales, de FLACSO, quien también dirige el proyecto, explica que en la primera fase se hizo un diagnóstico de la comunidad de estudio, unas diez manzanas del barrio, en su mayoría organizadas por directivas.

“Entendimos cómo estaban configuradas (comunidades o directivas), para entender la dinámica e iniciativas que ya existían. Una vez que nos presentamos y la socialización, se empezó a generar los micro proyectos para apoyar algo que estaba en marcha o algo que los moradores aún no lo habían puesto en marcha”, detalla Latorre.

CONOCIMIENTOS ENTRE GENERACIONES

El equipo de académicos implementó un micro proyecto para formar a promotoras de alimentación saludable, por lo que se hicieron alianzas con cocineros profesionales para rescatar la identidad alimentaria de los habitantes con base en alimentos saludables y para elaborar un recetario; un segundo micro proyecto tuvo que ver con la recuperación de una quebrada desde el foco ambiental para que sea un predio de árboles frutales.

Otra de las iniciativas, en cambio, involucró a jóvenes de la comunidad para que sean quienes difundan en redes sociales los beneficios de una buena alimentación. El último micro proyecto, que está en marcha, es el de los huertos.

“Lo que hemos hecho en los micro proyectos es vincular a estudiantes de FLACSO. Los proyectos se ejecutan, pero también tienen investigación, que son las tesis de maestrías. El joven que está apoyando en los huertos del programa 60 y PiQuito (de carácter municipal para ayudar a adultos mayores), como tiene conocimiento en huertos, es el propio técnico que les capacita o apoya en capacitaciones”, agrega Latorre.

Uno de los ejes del proyecto tiene que ver con el traspaso del conocimiento a las generaciones más recientes, para reducir la brecha de saberes y evitar que se desconozca lo básico, el planteamiento del problema, sus consecuencias y posibles soluciones.

“Formulamos algo innovador con el programa audiovisual Comunicación y Buen Comer, para conectar con los jóvenes a través de la comunicación. Se los capacitó sobre cómo hablar a una audiencia y otros conocimientos, para activar y conectar a los jóvenes, a cargo de Eliana y Marcelo. Se hicieron talleres con jóvenes del barrio”, explica Vanessa Guerrero, de 26 años, en el 2022 una estudiante que por cuestiones académicas conoció a las investigadoras del proyecto. Ahora, ella es socióloga de profesión y asistente de las expertas, que trabaja en su propia comunidad, ya que ella vive en La Lucha de Los Pobres; una coincidencia de la que disfruta.

El apego a la tierra y a la agricultura en el barrio es notorio. Solo en dos de las diez manzanas de estudio hay unos 33 huertos familiares, y junto a esas manzanas están 56 huertos comunitarios que funcionan en terrenos municipales. Muchos de esos huertos ya eran parte del diario vivir de habitantes de esas manzanas desde el 2019, que se están potenciando con el conocimiento técnico.

Según la doctora Myriam Paredes, los cultivos de hortalizas, leguminosas, frutas, hierbas medicinales o especias fueron de gran ayuda para muchas familias en tiempos de pandemia y en las paralizaciones que mantuvieron al país en vilo en los últimos cuatro años.

Las chacras a escala, urbanas, por así decirlo, ocupan terrazas, jardines, patios, terrenos que estaban sin uso o basurales que fueron transformados. En el suelo pueden tener superficies de entre 20 y 90 metros cuadrados.

LECCIONES DE PANDEMIA

“Cuando llegó el Covid, las directivas sabían quiénes eran los vecinos que no tenían qué comer y se organizaron ollas comunitarias (se prepara comida con alimentos que donan los miembros de las comunidades). Había vecinos que son bien viejitos, que sus hijos habían migrado a otros países, que había que atenderlos. La organización es un aspecto central para poder resolver el problema alimentario, a nivel comunitario”, destaca Paredes.

Así también, relatan las investigadoras, entre la comunidad se buscaban semillas para ofrecerlas a quienes no tenían.

Pese a la buena voluntad hay escenarios que se pueden salir de las manos de la comunidad, como los efectos del cambio climático, que percibe la misma comunidad, tras una encuesta realizada a unas 90 personas -cuya tercera parte tiene un huerto-: los tiempos de sequía y lluvia han variado, a tal punto que son impredecibles.

“Muchas veces tienen granizadas muy fuertes. El tema del agua, en el verano, las personas que tienen huertos grandes sí tienen un problema, es decir, las ciudades van a tener que volverse resilientes”, enfatiza Sara Latorre.

Parte de esa resiliencia que identificaron en La Lucha de Los Pobres es el reciclaje de agua para el riego de los huertos, con captación de agua lluvia y reutilización de aguas grises producto del lavado de platos.

Además del valor alimentario, las académicas también destacan los efectos positivos que han notado en la salud mental y física, sobre todo, de los adultos mayores que, a manera de terapia, disfrutan del cuidado de sus plantas, al aire libre. Al igual que el beneficio económico que han registrado en casos de estudio.

“La comida en la pandemia se puso cara, pero las familias con huertos sí tenían comida. Hasta una ramita de cilantro costaba $ 0,25 en el mercado. Y como hay personas que viven con el dinero de la jubilación. Eso es poquito para una familia de cuatro personas. A veces no tienen ni los $ 0,25. Ellos también han percibido el beneficio económico”, recuerda Paredes.

En los casi cuatro años, el proyecto como tal ha recibido fondos que ascienden a unos 100 mil dólares canadienses, además de una contraparte de la FLACSO, según Latorre. En menos de un año culminará el proyecto, cuya fase final comprende levantar información sobre el tipo de negocios relacionados con comida que funcionan en el sector de estudio y cómo eso influye en los sistemas alimentarios de las familias. También se hará una suerte de radiografía del barrio y cómo han influido los micro proyectos.

Las investigadoras tienen una mirada más ambiciosa, pues esperan que este tipo de estudios y micro proyectos puedan alegrar la vida de otros barrios como transformó la rutina de Guadalupe Coascota.

Este artículo fue elaborado con el apoyo de Voces Climáticas, una iniciativa del Centro Internacional de Investigaciones para el Desarrollo (IDRC) de Canadá, LatinClima, el Centro Científico Tropical (CCT), Claves21, la Alianza Clima y Desarrollo (CDKN) y Fundación Futuro Latinoamericano (FFLA).

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