Fuera de las murallas de Cartagena, que le han dado a la ciudad más turística de Colombia reconocimiento internacional, hay un tesoro marino a la vista de todos, que amenaza con perderse. Fundada en 1533, la capital del departamento de Bolívar llegó a ser el más importante de los puertos de la corona española en el mar Caribe, lo que originó la construcción de fortificaciones que la protegieron de los piratas y del asedio de Francia e Inglaterra, imperios que peleaban con España el control de esta zona del mundo. Cuando en 1984 fue declarada Patrimonio Histórico y Cultural de la Humanidad, la Unesco no solo tomó en cuenta el inmejorable estado de conservación de la parte conocida como el “corralito de piedra”, sino el tesoro ambiental que representan las aguas que la bañan, las aguas de la bahía de Cartagena.
Han pasado casi cuatro décadas desde la declaratoria, y este valioso ecosistema que impulsa el desarrollo económico y social de la ciudad a través de la actividad portuaria, el turismo y la pesca, afronta una de las peores amenazas: la contaminación. Sedimentos, bacterias y metales provenientes del canal del Dique; aguas domésticas e industriales, producto de la presencia de puertos, muelles y zonas francas, mantienen acorraladas a las comunidades aledañas a la bahía, a los cartageneros en general y también a los turistas llegados de todos los rincones del mundo.
Para contrarrestarlo surgió en 2014 el proyecto Basin Sea Interactions with Communities (BASIC, por sus siglas en inglés), definido como la interacción entre cuenca, mar y comunidades, financiado por el gobierno canadiense a través del Centro Internacional de Investigaciones para el Desarrollo, y al cual se han vinculado Cardique, Universidad EAFIT, Universidad de Cartagena, Universidad de Los Andes y la Fundación Hernán Echavarría Olózaga.
BASIC, que lejos de la denominación inicial de “proyecto” es una realidad que ha impactado a gran parte de Cartagena, pero primordialmente a las comunidades pesqueras de Barú, Bocachica, Caño del Oro, Ararca, Punta Arena, Pasacaballos, Santa Ana y Tierrabomba, está cerca de completar diez años de “generar herramientas para el manejo integrado de recursos hídricos en la zona costera de Cartagena, hacia la reducción de riesgos de contaminación, conservación de servicios ecosistémicos y adaptación al cambio climático”.
Quien habla es el investigador ambiental Marko Tosic, un canadiense enamorado de Colombia, a quien todos los participantes catalogan como el “padre” de BASIC, proyecto que en 2023 llegó a su tercera fase. En la primera, de 2014 a 2017, el objetivo fue el diagnóstico de las condiciones de la bahía y el impacto de la contaminación en la salud y la economía; la segunda fase, de 2018 a 2021, quizá la mejor valorada por la mayoría de los actores, fue la de transferencia de conocimiento entre la ciencia moderna y los saberes tradicionales de los pobladores, para lo cual fue creado el diplomado de Gobernanza Ambiental de Bahía y Zonas Marinas.
“La idea era transferir a las comunidades, con lenguaje sencillo, todo el conocimiento que tenemos sobre la situación de la bahía, para que se empoderaran de la información y pudieran ser agentes generadores de cambio en estos lugares, transmitir los hallazgos científicos a su gente”, explica Tosic. Fueron sesenta personas las que participaron en el diplomado, cuarenta de ellas pertenecientes a las ocho poblaciones mencionadas, y las otras veinte del sector público y privado.
Para Ana Milena Ordosgoitia, directora ejecutiva de la Fundación Hernán Echavarría Olózaga, que sirvió de enlace con las comunidades, en especial la de Barú, la clave para el éxito del diplomado fue que los habitantes de las islas y poblaciones que mantienen contacto directo con la bahía “se sintieron involucrados en el tema y que por primera vez los estaban buscando para formar parte de las soluciones”.
a tercera fase, según Marko Tosic, contempla el desarrollo de alertas tempranas para actuar con eficacia y en equipo ante el derrame de sustancias o aumento de temperaturas. Existe especial interés en la protección del arrecife de Varadero, situado al lado del canal de Bocachica, punto de ingreso y salida de los barcos cargueros. Pese a recibir la contaminación que llega del canal del Dique y miles de toneladas de residuos industriales, estos corales sobreviven y son motivo de estudio para los científicos debido a su inusual resistencia.
El arrecife fue descubierto en 2013 por la bióloga colombiana Valeria Pizarro y ya está incluido en el listado de riqueza natural de la Nación. Además, en 2018 fue catalogado por la ONG internacional Mission Blue como ‘hope spot’ o punto de esperanza para la salud y conservación de los océanos. Es considerado, además, el núcleo del proyecto de recuperación de la bahía de Cartagena que lidera el Ministerio del Medio Ambiente de Colombia.
Uno de los primeros pasos para la anhelada intervención del Estado ha sido la creación del Comité Intersectorial para el Manejo de la bahía de Cartagena, en el que por primera vez y gracias al proyecto BASIC, figuran miembros de las comunidades pesqueras y turísticas.
“Este ha sido el primer intento nacional por unir hidrología, oceanografía, ciencia ambiental, economía y salud pública, para buscar un diagnóstico de los efectos de la contaminación en la pesca, las enfermedades y el turismo. Hemos puesto la ciencia interdisciplinaria al servicio de los ecosistemas y las comunidades en busca de entregar información relevante a los actores sociales”, aseguró el director científico del proyecto BASIC, profesor Juan Darío Restrepo, coordinador del doctorado en Ciencias de la Tierra de la Universidad EAFIT.
Metales pesados en peces y humanos
Los estudios ejecutados por el proyecto BASIC demostraron que la aparición de algunas enfermedades en los habitantes de las comunidades de influencia de la bahía de Cartagena está relacionada con la contaminación de las aguas, lo mismo que con la deficiente infraestructura de saneamiento básico, debido a la falta de acueducto y alcantarillado. Durante la primera fase, el 66,4% de los entrevistados reportó al menos un caso de fiebre y diarrea al año. Pero no es lo más grave.
Mirla Aarón, líder cívica de la isla Tierrabomba, quien formó parte de la segunda fase del proyecto, asegura que las muestras de sangre de un grupo significativo de personas, examinadas por la Universidad de Cartagena, arrojaron presencia de metales pesados como mercurio, cromo, plomo y cadmio en niveles que sobrepasan los estándares internacionales. Esto como consecuencia de la contaminación presente en los tejidos y órganos de varias especies de peces, como pargo, barbudo y cojinúa, y también en los sedimentos.
“BASIC ha contribuido a la toma de conciencia de una situación en la que todos los actores tenemos responsabilidad. Ha sido un mea culpa en un momento crucial de la bahía. Nuestra visión como población aledaña es distinta a la del portuario, a la del industrial y a la del turista, nosotros tenemos un relacionamiento espiritual con el mar y la tierra. Ahora tenemos claro que no podemos continuar con el uso de la dinamita para pescar, tampoco con las mallas de ojo pequeño. Hay que buscar que aumente la talla de los peces, que los alevinos puedan crecer y madurar, es parte fundamental de nuestro aporte”, dice esta dirigente comunal que tuvo la intención de participar en las elecciones para el Concejo de Cartagena este 2023, pero que se retiró por no comulgar con las costumbres políticas de su ciudad.
“No es posible que en Tierrabomba, una comunidad étnica de 15 mil personas, mayoritariamente negra, no tengamos agua a pesar de estar a menos de cinco minutos del sector más costoso y turístico de Bocagrande y El Laguito, lo que ejemplifica las desigualdades de Cartagena. Esta es una ciudad que no puede definirse fácilmente: es portuaria, es turística, es industrial, es militar, es negra, es blanca. No le cabe un puerto más, no hay espacio para otro edificio en Bocagrande. Ahora debemos mirar a la naturaleza y lo primordial es recuperar la bahía”, apunta.
El estado actual de la bahía
El canal del Dique, que arrastra las aguas del río Magdalena, sigue siendo la mayor fuente de contaminación de la bahía de Cartagena (por lo menos 8 millones de toneladas anuales de sedimentos y otros agentes contaminantes), lo que provoca turbidez, acumulación de materiales pesados, bacterias y deficiencia de oxígeno, con repercusiones para los peces, ecosistemas marinos y la salud humana. “El 6% de los sedimentos totales del río, que es el principal cuerpo de agua de Colombia, lo deposita en la bahía”, explicó Tosic, fundador y gerente del proyecto BASIC.
Aunque nueve años después de la puesta en marcha del proyecto la contaminación persiste, BASIC ha fomentado la conciencia pública sobre esta problemática e implementado un sistema de monitoreo y alertas tempranas a través de 25 estaciones que tienen en cuenta 20 parámetros, como temperatura, salinidad, oxígeno disuelto, sólidos suspendidos, mercurio, plomo, entre otros metales.
Sobre la presencia de bacterias como coliformes fecales y enterococos, BASIC advirtió que los niveles no son aptos para la natación en las playas de Castillogrande y Punta Arena, lo que afecta al turismo y, por ende, a la economía local. La recomendación es implementar un programa de monitoreo semanal para prevenir a los bañistas sobre la calidad del agua.
Ya está en funcionamiento el ‘Observatorio de la bahía de Cartagena’, una plataforma digital a la que cualquier usuario puede ingresar para enterarse en tiempo real de las condiciones del agua, y en la que las autoridades pueden llenarse de insumos para tomar decisiones preventivas. Además, está contemplada la cuarta fase del proyecto BASIC, cuyo objetivo será extender el sistema de monitoreo y alertas tempranas hacia las áreas marinas protegidas y la zona norte de Cartagena.
“Este es un trabajo compartido, todos tenemos que ponernos la camiseta para salvar la bahía, es nuestra herencia para las generaciones futuras”, dice Mirla Aarón, quien vuelve a preguntarse cómo es posible que a menos de dos kilómetros del lujoso sector de rascacielos y centros comerciales de Bocagrande, su amada Tierrabomba todavía no tenga agua.
Este artículo fue elaborado con el apoyo de Voces Climáticas, una iniciativa del Centro Internacional de Investigaciones para el Desarrollo (IDRC) de Canadá, LatinClima, el Centro Científico Tropical (CCT), Claves 21, la Alianza Clima y Desarrollo (CDKN) y Fundación Futuro Latinoamericano (FFLA).